Comentario
De la traición que intentaron los indios contra los Conquistadores juntos en la Asunción
Habiendo el General Domingo Martínez de Irala, asentado la República de los españoles con la orden y comodidad posible, y más convenientemente a su conservación, hizo revista de la gente, y halló que tenía 600 hombres, residuo de 2.400 que habían entrado en la conquista, inclusas las reliquias de los de Sebastián Gaboto; y aunque estaban muy faltos de vestidos y municiones, y otros pertrechos necesarios, al fin gozaban de mejor pasadía que nunca con el buen orden que había, supliendo el general con su propia hacienda a los necesitados, y ayudándose en lo que podía de los indios comarcanos, a los cuales hizo llamamiento, y juntos les procuró dar a entender las cosas de nuestra Santa Fe y buena policía, como la subordinación al Rey nuestro señor, a quien debían toda lealtad, reconociéndole por su Soberano Señor. Lo cual recibieron los indios con buena voluntad, sometiéndose al señorío real; y como tales vasallos se ofrecieron acudir a todo lo que se les mandase en su real nombre, como lo mostraron en las ocasiones, que ocurrieron en adelante, especialmente en la guerra que el general hizo a unos indios llamados Yapirúes, antiguos enemigos de los guaraníes y españoles, en la jornada que hizo en la reducción y visita de los Pueblos de Ibitirusú, Tebicuarí, y Mondai, con los del río arriba, dejando a todos en asentada amistad hasta el año de 1539, en que se conjuraron contra los españoles, tomando por ocasión el habérseles hecho ciertos agravios y demasías por algunos españoles lenguas, todo procedido de su natural inconstancia y poca lealtad, con la que se dispusieron a quebrantar la fe; y así para la noche del jueves Santo de aquel año, cuando los españoles estuviesen en la Iglesia ya para salir a la procesión de sangre, determinaron acometerlos repentinamente, creyendo que en esta ocasión serían fácilmente vencidos. Con este acuerdo anticipada y disimuladamente fueron entrando cada día varias partidas al pueblo, so color de venir a tener la Semana Santa con los españoles, de modo que insensibemente se juntaron en la ciudad más de 8.000 indios. Estando en este punto, fue Dios Nuestro Señor servido de que se descubriese la tramoya por medio de una india que tenía en su servicio el capitán Salazar, hija de un cacique principal, la que habiendo entendido lo que los indios determinaban, dio de ello aviso a Salazar sucintamente, quien al punto lo participó al general, el cual viendo el gran peligro en que se hallarían, si se diese lugar a esperar el suceso, determinó atajarlo luego, dando una alarma falsa, fingiendo que venían sobre el pueblo los indios Yaripúes o Yapirúes, y que ya estaban como dos leguas de allí, y habían asaltado un pueblo de los indios, y que así convenía hacerles rostro, y acometerlos, para lo cual llamó a los caciques principales, y demás indios que habían concurrido a la conspiración, y conforme fueron llegando, los fue prendiendo, sin que los unos supiesen de los otros, hasta que la mayor parte de los caciques fueron puestos en prisión, contra los cuales se fulminó causa, y hecha averiguación del delito, fueron ahorcados y descuartizados los principales cabezas de esta conjuración, siendo perdonados los demás.
Con este hecho quedaron los unos castigados, y los otros escarmentados y gratos con el indulto, y los españoles temidos y respetados para lo sucesivo, llevando el general el merecido lauro de gran valor y rectitud en no dejar sin castigo a los malos, y sin el merecido galardón a los buenos, por lo que fue igualmente temido y amado; y así voluntariamente los caciques le ofrecieron a él, y a los demás capitanes sus hijas y hermanas, para que les sirviesen, estimando por este medio tener con ellos dependencia y afinidad, llamándolos a todos cuñados, de donde ha quedado hasta ahora el estilo de llamar a los indios de su encomienda con el nombre de Tobayá, que quiere decir cuñado; y en efecto sucedió que los españoles tuvieron en las indias que les dieron, muchos hijos e hijas, que criaron en buena doctrina y educación, tanto que S.M. ha sido servido honrarlos con oficios y cargos, y aun con encomiendas de aquella provincia, y ellos han servido a S.M. con mucha fidelidad en sus personas y haciendas, de que ha resultado gran aumento a la real Corona, porque el día de hoy ha llegado a tanto el multiplico, que han salido de esta ciudad para las demás que se han fundado en aquella gobernación, ocho colonias de pobladores, correspondiendo a la antigua nobleza de que descienden. Son comúnmente buenos soldados, y de gran valor y ánimo inclinados a la guerra, diestros en el manejo de toda especie de armas, y con especialidad de la escopeta, tanto que cuando salen a sus jornadas se mantienen con la caza que hacen con ella, y es común en aquella gente matar al vuelo a bala rasa las aves que van por el aire, y no tenerse por buen soldado el que con una bala no se lleva una paloma, o un gorrión: son comúnmente buenos jinetes de a caballo de ambas sillas, de modo que no hay quien no sepa domar un potro, adiestrarle con curiosidad en lo necesario para la jineta y la brida; y sobre todo son muy obedientes y leales servidores de S.M. Las mujeres de aquel país son por lo común de nobles y honrados pensamientos, virtuosas, hermosas, y bien dispuestas: dotadas de discreción, laboriosidad y expeditas en todo labrado de aguja, en que comúnmente se ejercitan; por todo lo referido ha venido aquella provincia a tanto aumento y política como se dirá adelante.